domingo, 12 de agosto de 2012

Ruta al pico Caballo (Hoya de la Mora-Verea Corta-Cartujo)

Hace ya tiempo que Rafa y yo teníamos ganas de visitar y conocer la zona oeste de nuestra gran Sierra Nevada. En rutas anteriores habíamos disfrutado y andorreado el centro de la sierra pero ya íbamos queriendo ver sitios nuevos no menos deliciosos. Con unos días libres en el trabajo y, debido a mis problemas de espalda y verano de descanso en mis clases de danza que me mantienen en forma, mi forma física algo mermada (al menos eso pensaba yo) nos fuimos al Cerro Caballo desde la Hoya de la Mora. Pepe se animó y no hizo falta insistirle mucho para que nos acompañara. Sobre las 8 estábamos en casa de Pepe como siempre, se había quedado dormido y había preparado la mochila deprisa y con los ojos pegados. Llegamos a los albergues sobre las 9:30. Desayuno con café y tostadas y empezamos a andar sobre las 10. Pepe estrenaba botas, algo justas, y con los dedos adormecidos y apretados allá adentro, pero con la esperanza que aquello cediera con cada paso. Comenzamos a ganar altura subiendo a la Virgen de las Nieves y desviándonos hacia los Lagunillos de la Virgen. 
 Habíamos dejado las ciudades sufriendo una sofocante ola de calor procedente del Sahara, así que allí arriba las temperaturas eran altas propias de Agosto pero a menudo soplaba una suave brisa que nos hacia acordarnos de lo que estarían pasando allá abajo. Tras una hora aproximadamente de ascenso llegamos a los Lagunillos de la Virgen, con colores y tonalidades verdes, azules y amarillentas que resaltaban increíblemente sobre el gris de las piedras, tanto que al ver las fotos parecían retocadas e irreales. Imágenes que daban un respiro y alivio al calor de Agosto.
 
Continuamos caminando, siempre cuesta arriba por una vereda bien marcada hacia el oeste por la cara norte de las montañas camino al pico Elorrieta, nuestra próxima parada.
      Tras varios descansos para tomar aliento e hidratarnos llegamos por fin al refugio del Elorrieta, (sobre las 13) edificio en ruinas y bastante desmejorado que muestra lo que fue antaño, un gran salvavidas para muchos montañeros.   
Construido a medias bajo el suelo y sobre el mismo se funde en la propia montaña emergiendo de ella grandes ventanales y la techumbre. De tamaño impresionante comparándolo con el resto de refugios de la sierra. Allí paramos buscando sombra para un descanso. Primeras vistas del valle de Lanjarón a nuestros pies, con el usual juego de colores entre gris piedra, verde borreguil y azul agua. Maravillosa perspectiva de esta zona de nuestra sierra. Inmenso valle bajo nosotros. Sobre las 14 continuamos la ruta, con alguna pequeña llovizna que refrescaba el ambiente y aliviaba y humedecía la piel acalorada. Me gustaba el contacto con aquellas gotas acariciando mis brazos. Bajando desde el refugio al valle continuamos cruzando al otro lado para seguir la ruta bien marcada por la vereda justo a la derecha del valle, e ir avanzando justo debajo de las crestas por las que luego volveríamos.  
Un camino zigzagueante lleno de subidas y bajadas suaves, con un suelo sobreelevado y relativamente cómodo de pisar. Atravesamos lagunas y alguna zona de cadenas, entre ellas la Cuadrada hasta ir acercándonos poco a poco a nuestra meta, constantemente bajo nuestra visión, allí al fondo imponente el pico Caballo.     
Último repecho y por fin, sobre las 16:45 comencé a ver a escasos metros el refugio del Caballo, pequeño y acogedor, recientemente restaurado y ya con visitantes y huéspedes en la puerta disfrutando de la panorámica. Justo a su espalda la laguna y encima la montaña que da nombre a los mismos, nuestra meta, el Cerro Caballo (3011 mts), con forma redondeada y majestuosa.  Perfecta hora para llegar, montamos la tienda a la orilla de la laguna, nos refrescamos y aseamos rápidamente y comenzó el momento de disfrutar el descanso en tan maravilloso paraje,  para mi el mejor hotel con tantas estrellas como el más lujoso del mundo. Tarde de risas, de confesiones, fotos, complicidad y, en definitiva, tres amigos disfrutando de la naturaleza, el aire puro y la soledad tan necesaria que yo ansiaba tras días de enfado e incertidumbre sobre el trabajo y la economía del país. Continuamos disfrutando del menú que, ni había comentado hasta ahora, había decidido llevar, esta vez todo casero y en cantidad. Esta ruta había decidido hacerla como "disfrutona" y nos habíamos puesto a cocinar filetes empanados, albóndigas en salsa de almendras, salmorejo y sopa de verduras para la noche. Festival de comida que llevábamos saboreando desde la primera parada. Para colmo nos habíamos hecho con unas cervezas y una botellita rellena de Jagër (forjado en los infiernos) para pasar la noche lo más cálida y simpática posible.    Y nos quedamos cortos, sentados bajo el firmamento hasta las mil, con nubes que nos impidieron ver la lluvia de estrellas, pero no nos prohibieron reírnos hasta dolernos la tripa, a buchitos a la botella de Jagër, nada de frío y menú de 5 estrellas. Paranoias, chistes y luces estroboscópicas gracias al móvil, música y luces rojas, fucsias y verdes que nos hicieron pasar una noche encantadora. Ya a dormir, tres en un hueco de dos, la ropa sobraba, los sacos también, noche de acecho de los zorros que nos mantuvieron despiertos y alertas durante horas hasta que al final consiguieron robarnos unos bollos de pan de la mochila. Noche de descanso a trompicones, nos levantamos más bien tarde, sobre las 9:30 cuando se iban los últimos montañeros hacia la cumbre y nos animaban: "vamos que se os han pegado las sábanas". A desayunar, recoger el campamento y comenzar el regreso, sin olvidar hacer primero cumbre en el Caballo. Resaca con ligero mal cuerpo y náuseas tras apurar la botella de Jagër, pensaba que iba a pasarlo muy mal subiendo el repecho que se mostraba ante mi pero en cuanto nos dispusimos a subir (las 11 de la mañana) me fui mejorando y animando rápidamente y me fui cargando de energía. Ya en el collado dejamos las mochilas para aliviar peso e hicimos cumbre, disfrutando de la panorámica del mar, todos los picos hasta el Mulhacén, el valle...      y comenzaba de nuevo el descenso y la vuelta, esta vez por las crestas. Camino mucho más seco y lleno de pedregales, con el camino menos marcado pero con hitos que nos ayudaban a orientarnos. Ascenso duro al Tozal del Cartujo que me hizo parar a tomar resuello en un par de ocasiones, algún destrepe de vértigo formaron parte del camino de vuelta.  Ya en los Lagunillos de la Virgen descanso merecido para comernos esas albóndigas que nos supieron a gloria. Cansados pero felices como perdices regresamos al lugar de partida, (hora de llegada las 17:45 aprox.) Pepe con los dedos engurruñidos y pensando en regalar las botas nuevas, yo con la rodilla tocada de nuevo y Rafa con los hombros destrozados, pero contentos y orgullosos del nuevo reto conseguido. Ruta dura pero disfrutona, tal cómo quise hacerlo!!!

domingo, 16 de octubre de 2011

Regreso al Mulhacén

Fin de semana, 16 de octubre de 2011. Qué mejor plan antes de que llegue el invierno que volver a nuestra Sierra Nevada con los amigos y pasar la noche disfrutando del entorno. Me había comprado mi saco de dormir nuevo, después del frío que pasé en Agosto en la Sierra con mi "cutresaco" decidí pillarme un "don saco" y estrenarlo. Jessi y Nico se habían quedado a las puertas del Mulhacén en nuestra aventura del año anterior. Yo ya lo había alcanzado este verano con Rafa, Pepe y Julio pero nos dispusimos a repetir la ruta con alguna variación. Nos fuimos en las vacaciones a Granada Rafa y yo unos días para practicar algo de deporte con las bicis. Esa mañana recogimos a Jessi y Nico que habían pasado la noche en el hostal de una amiga en Granada, y de allí a casa de Pepe. Las 8:00, nuestra hora habitual de partida. La lanzadera la cogíamos sobre las 9:00 hasta las posiciones del Veleta. Rumbo al Mulhacén.
El grupete, Pepe hacía de fotógrafo. Refugio de la Carihuela
Nico y Jessi, al fondo el Mulhacén
Esta vez desde la Carihuela cogimos un atajo por un destrepe con cadenas, primer momento de tensión (aunque era bastante fácil el paso), la cosa era buscar aventura...
Nico
María (yo misma)
Rafita
Comenzaba nuestro camino hacía la Caldera, pasando por Río Seco, el Collado del Lobo, subida por Loma Pelá y bajada a la Caldera. Para Nico y Jessi era la primera vez que andaban por esta zona, para mí y los demás ya era una ruta conocida. Jessi y Nico pudieron ver que el Mulhacén desde allí era bastante más accesible.
Pepe, bajando la Loma Pelá camino de la Caldera, detrás el Mulhacén
Ya en el refugio dejamos las mochilas, nos habíamos despedido de Julio y su chica porque andaba ella con la rodilla chunga y decidieron volver, subir a los Machos y regresar pronto a Granada. Ya sin las mochilas y sólo con lo justo (bocatas, bebidas y picoteos) para almorzar en la cumbre nos subimos los 5 poco a poco. Nico y yo íbamos delante, la diferencia con la vez anterior y 11 kilos a mi espalda era abismal, ¡¡hubiera salido corriendo cuesta arriba!! Pepe iba detrás marcando el paso a Jessi para que no se le hiciera pesado, Rafa con ellos. En algo menos de 1 hora estábamos arriba todos celebrándolo. ¡¡Jessi y Nico por fin estaban en la cumbre más alta de la Península!!




Ya arriba nos refugiamos del aire entre los vivacs de piedra y fuimos comiendo mientras charlábamos con un grupillo de chicos que habían subido desde Trevélez y no sabían si podrían bajar por otro sitio. Nos despedimos de ellos, les deseamos suerte y nosotros también comenzamos el descenso a la Caldera.
Ya en el refugio Jessi y Nico cogían sus cosas y salían pitando de vuelta a las posiciones para poder llegar a tiempo a coger la lanzadera de vuelta y que no se les hiciera de noche. Besos, despedidas. Pepe, Rafa y yo nos quedábamos a pasar la noche allí cerca. Como aún era pronto, se le ocurrió al gran Pepe la idea de llevarnos al Puntal de Siete Lagunas por la vereda que atraviesa la norte del Mulhacén. Desde lejos yo nunca había visto ese paso, parecía imposible que por ahí pasara algo que no fueran cabras. Una vez en el Collado del Ciervo la cosa se veía más clara, ¡¡y me encantaba la idea!!
Pasos muy aéreos, otros más anchos y menos difíciles... No era complicado, único requisito, ¡¡no tener vértigo!! 





En una hora aproximadamente llegamos al puntal, allí arriba nos sentamos. Increíbles las vistas, a la izquierda toda Siete Lagunas, a nuestra derecha La Mosca, enfrente muy arriba el Mulhacén. 
Puntal de Siete Lagunas
Detrás de Pepe Siete Lagunas
Comenzó a llenarse todo de nubes, pero para nada nos impidieron tener vistas, incluso nos ofrecieron un espectáculo maravilloso e indescriptible mientras iban acercándose rápido a la arista del Mulhacén y ésta las iba peinando y deshaciendo de forma tan sutil... parecía como si las acariciara. Yo andaba fascinada, el espectáculo era fascinante.



Ya a la vuelta un atardecer que le daba otro tono a las montañas...






Llegamos en otra horita al refugio, andaba "petao" de gente, se amontonaban los sacos, y como nosotros íbamos bien pertrechados y yo con mi "supersaco", nos bajamos un poquito y buscamos un llanito para instalar la tienda. Dormiríamos los 3 juntitos en una tienda de 2, ¡¡más calorcito aún!! Aquí llegó el momento disfrutón: infusiones, ropa limpia, atardecer, historias, risas...


Atardecer de ensueño
Dormimos regular, como siempre, yo al principio no entraba en calor, mi saco "supercaro" no se hinchaba, lo había tenido demasiado tiempo hasta el estreno metido en su funda. Pepe se reía y me decía que si ese era mi "supersaco", yo le decía que ya se hincharía, jeje. Cuando pasó un ratito eso se infló de una manera que tuve que empezar a quitarme ropa sin parar. ¡¡Hubiera dormido sin nada!! Qué gustito, madre mía. Pepe me oía decir: "qué caló" y se partía de risa. Rafa dormía a pata suelta, yo aún no entiendo como pudo dormir casi sin moverse. Pepe y yo madrugamos y charlamos tumbados en los sacos hasta que Rafa despertó. Desayunamos, hacía un fresquito rico, grupos ya subían por la falda de la montaña. recogimos las cosas y deshicimos el camino del primer día disfrutando una vez más de las delicias del paisaje que nos ofrece nuestra Sierra Nevada.