Hace ya tiempo que Rafa y yo teníamos ganas de visitar y conocer la zona oeste de nuestra gran Sierra Nevada. En rutas anteriores habíamos disfrutado y andorreado el centro de la sierra pero ya íbamos queriendo ver sitios nuevos no menos deliciosos. Con unos días libres en el trabajo y, debido a mis problemas de espalda y verano de descanso en mis clases de danza que me mantienen en forma, mi forma física algo mermada (al menos eso pensaba yo) nos fuimos al Cerro Caballo desde la Hoya de la Mora. Pepe se animó y no hizo falta insistirle mucho para que nos acompañara. Sobre las 8 estábamos en casa de Pepe como siempre, se había quedado dormido y había preparado la mochila deprisa y con los ojos pegados. Llegamos a los albergues sobre las 9:30. Desayuno con café y tostadas y empezamos a andar sobre las 10. Pepe estrenaba botas, algo justas, y con los dedos adormecidos y apretados allá adentro, pero con la esperanza que aquello cediera con cada paso. Comenzamos a ganar altura subiendo a la Virgen de las Nieves y desviándonos hacia los Lagunillos de la Virgen.
Habíamos dejado las ciudades sufriendo una sofocante ola de calor procedente del Sahara, así que allí arriba las temperaturas eran altas propias de Agosto pero a menudo soplaba una suave brisa que nos hacia acordarnos de lo que estarían pasando allá abajo. Tras una hora aproximadamente de ascenso llegamos a los Lagunillos de la Virgen, con colores y tonalidades verdes, azules y amarillentas que resaltaban increíblemente sobre el gris de las piedras, tanto que al ver las fotos parecían retocadas e irreales. Imágenes que daban un respiro y alivio al calor de Agosto.
Continuamos caminando, siempre cuesta arriba por una vereda bien marcada hacia el oeste por la cara norte de las montañas camino al pico Elorrieta, nuestra próxima parada.
Tras varios descansos para tomar aliento e hidratarnos llegamos por fin al refugio del Elorrieta, (sobre las 13) edificio en ruinas y bastante desmejorado que muestra lo que fue antaño, un gran salvavidas para muchos montañeros.
Construido a medias bajo el suelo y sobre el mismo se funde en la propia montaña emergiendo de ella grandes ventanales y la techumbre. De tamaño impresionante comparándolo con el resto de refugios de la sierra. Allí paramos buscando sombra para un descanso. Primeras vistas del valle de Lanjarón a nuestros pies, con el usual juego de colores entre gris piedra, verde borreguil y azul agua. Maravillosa perspectiva de esta zona de nuestra sierra. Inmenso valle bajo nosotros. Sobre las 14 continuamos la ruta, con alguna pequeña llovizna que refrescaba el ambiente y aliviaba y humedecía la piel acalorada. Me gustaba el contacto con aquellas gotas acariciando mis brazos. Bajando desde el refugio al valle continuamos cruzando al otro lado para seguir la ruta bien marcada por la vereda justo a la derecha del valle, e ir avanzando justo debajo de las crestas por las que luego volveríamos.
Un camino zigzagueante lleno de subidas y bajadas suaves, con un suelo sobreelevado y relativamente cómodo de pisar. Atravesamos lagunas y alguna zona de cadenas, entre ellas la Cuadrada hasta ir acercándonos poco a poco a nuestra meta, constantemente bajo nuestra visión, allí al fondo imponente el pico Caballo.
Último repecho y por fin, sobre las 16:45 comencé a ver a escasos metros el refugio del Caballo, pequeño y acogedor, recientemente restaurado y ya con visitantes y huéspedes en la puerta disfrutando de la panorámica. Justo a su espalda la laguna y encima la montaña que da nombre a los mismos, nuestra meta, el Cerro Caballo (3011 mts), con forma redondeada y majestuosa. Perfecta hora para llegar, montamos la tienda a la orilla de la laguna, nos refrescamos y aseamos rápidamente y comenzó el momento de disfrutar el descanso en tan maravilloso paraje, para mi el mejor hotel con tantas estrellas como el más lujoso del mundo. Tarde de risas, de confesiones, fotos, complicidad y, en definitiva, tres amigos disfrutando de la naturaleza, el aire puro y la soledad tan necesaria que yo ansiaba tras días de enfado e incertidumbre sobre el trabajo y la economía del país. Continuamos disfrutando del menú que, ni había comentado hasta ahora, había decidido llevar, esta vez todo casero y en cantidad. Esta ruta había decidido hacerla como "disfrutona" y nos habíamos puesto a cocinar filetes empanados, albóndigas en salsa de almendras, salmorejo y sopa de verduras para la noche. Festival de comida que llevábamos saboreando desde la primera parada. Para colmo nos habíamos hecho con unas cervezas y una botellita rellena de Jagër (forjado en los infiernos) para pasar la noche lo más cálida y simpática posible. Y nos quedamos cortos, sentados bajo el firmamento hasta las mil, con nubes que nos impidieron ver la lluvia de estrellas, pero no nos prohibieron reírnos hasta dolernos la tripa, a buchitos a la botella de Jagër, nada de frío y menú de 5 estrellas. Paranoias, chistes y luces estroboscópicas gracias al móvil, música y luces rojas, fucsias y verdes que nos hicieron pasar una noche encantadora. Ya a dormir, tres en un hueco de dos, la ropa sobraba, los sacos también, noche de acecho de los zorros que nos mantuvieron despiertos y alertas durante horas hasta que al final consiguieron robarnos unos bollos de pan de la mochila. Noche de descanso a trompicones, nos levantamos más bien tarde, sobre las 9:30 cuando se iban los últimos montañeros hacia la cumbre y nos animaban: "vamos que se os han pegado las sábanas". A desayunar, recoger el campamento y comenzar el regreso, sin olvidar hacer primero cumbre en el Caballo. Resaca con ligero mal cuerpo y náuseas tras apurar la botella de Jagër, pensaba que iba a pasarlo muy mal subiendo el repecho que se mostraba ante mi pero en cuanto nos dispusimos a subir (las 11 de la mañana) me fui mejorando y animando rápidamente y me fui cargando de energía. Ya en el collado dejamos las mochilas para aliviar peso e hicimos cumbre, disfrutando de la panorámica del mar, todos los picos hasta el Mulhacén, el valle... y comenzaba de nuevo el descenso y la vuelta, esta vez por las crestas. Camino mucho más seco y lleno de pedregales, con el camino menos marcado pero con hitos que nos ayudaban a orientarnos. Ascenso duro al Tozal del Cartujo que me hizo parar a tomar resuello en un par de ocasiones, algún destrepe de vértigo formaron parte del camino de vuelta. Ya en los Lagunillos de la Virgen descanso merecido para comernos esas albóndigas que nos supieron a gloria. Cansados pero felices como perdices regresamos al lugar de partida, (hora de llegada las 17:45 aprox.) Pepe con los dedos engurruñidos y pensando en regalar las botas nuevas, yo con la rodilla tocada de nuevo y Rafa con los hombros destrozados, pero contentos y orgullosos del nuevo reto conseguido. Ruta dura pero disfrutona, tal cómo quise hacerlo!!!